Memorias de un niño gamer

Nota escrita por Wilbur Perez Requena.

Tenía tan solo 10 años cuando comenzó esta relación de amor odio. Eran los principios de los 90, para ser exacto, año 1992; cursaba la primaria y en esa edad lo único que se te cruza por la mente es, jugar a la pelota, salir con los amigos del colegio, comer y claro, jugar a los videojuegos. Eran los tiempos donde lo más tecnológico en los colegios era jugar en una PC muy antigua, que se cargaba con un disco de 5 ½, un programa que tenía como propósito dibujar figuras geométricas colocando unos códigos, y si lograbas realizar un simple triángulo en media hora podías considerarte un “mounstro” en computación. La parte más alegre del curso o mejor dicho el premio por tu buen desempeño era los últimos 10 minutos de clases donde el profe nos daba a cada uno, lo más preciado para él: Un disquete de ¾ para poder activar el juego de la época, Prince of Persia.

Wilbur Perez – Docente del Área de radio.

Bueno, volviendo a la frase inicial, mencioné que mi relación con los videojuegos fue de amor y odio. A ver me explico, no es que sea bipolar, bueno uno nunca sabe, pero lo cierto es que los momentos más felices en la calle eran jugando a la pelota y en el “vicio” del barrio; porque así se llamaba o bueno así lo maldijeron nuestros padres en aquella época, el vicio. No saben lo feliz que era, llegar a la puerta de mi vecino, apoyarme en un ladrillo, y tocar el timbre de aquel lugar. Ese lapso de tiempo, que yo esperaba para que me abrieran la puerta lo más pronto posible y, además, mirar a todos lados desesperado, fijándome que mi madre no viniera a llevarme de las patillas o a cocachos; era lo más emocionante que un niño de 10 años puede vivir. Ya dentro, los ojos de este pequeño se extasiaban al mirar por todos lados, las consolas de videojuegos de esa época, estamos hablando de la Nintendo y Atari. La verdad exagero un poco, era solo 4 televisores antiguos de esos que tenían una caja inmensa atrás, que se encontraban en algunas mesitas de madera, pero bueno para mí era el paraíso. Eran esos momentos de amor sublime que un niño de 10 años puede sentir. Un amor muy puro, muy inocente, como si lo único que me importara era tan solo sentarme en una sillita y jugar para siempre.

Y donde está el odio, pues fácil, como siempre me escapaba para poder ir al vicio de mi barrio, pues era buscado por la interpol, comisaría de mi barrio, dirincri y cuantas más cosas se le ocurrieran a mi madre. Y claro, cuando me encontraba, no había nadie quien me salvara de la tunda que me la tenía bien merecido por escaparme sin decir nada. Y ya entenderán que yo entre mis moqueras solo atinaba a decir que ya no quiero volver nunca más, que eso solo me trae problemas. Pero bueno ya sabes qué pasa cuando decimos “Nunca más lo volveré hacer” pues, hacemos todo lo contrario.

Y ¿por qué cuento toda esta historia como primer relato introductorio de GAMING HOUSE? pues porque quiero dejar en claro que los videojuegos han sido, son y serán siempre muy importantes en la historia de muchos niños, jóvenes y adultos. Si antes era considerado como un vicio maligno, luego evolucionando como un entretenimiento; ahora son un camino de superación y desarrollo para miles de jóvenes que han visto en el mundo gamer la oportunidad de poder crecer profesionalmente. Y de eso hablaremos en otros relatos, no tengas dudas. Por ahora quiero que solo pienses en aquel primer momento que te sentaste frente a un televisor y jugaste tu primer videojuego.

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