Tras más de 25 años de trayectoria participando y liderando proyectos como la banda de rock D’Mente Común, el bajista Oliver Castillo decide emprender su carrera solista lanzando “Laboratorio V01”, primer disco con el cual experimenta y extrapola al género partiendo desde la epicidad y rudeza de unas guitarras hasta la elegancia y gentileza que aportan un saxofón, un violín, una flauta o unos sintetizadores.
Con la participación de doce reconocidos artistas nacionales, el álbum se apoya en el virtuosismo de cada uno de ellos para otorgarnos un despliegue de excelencia muy sutil. Y es que en cada tema, cualquiera que sea el instrumento que acompaña a la batería y al bajo de Oliver se destaca más por la técnica presente en cada una de sus variaciones que por imponerse estridentemente sobre los demás.
A través de un sonido muy cuidado y limpio, las 13 canciones que conforman el cuerpo del disco convergen para ofrecer al oyente una sesión llena de temas álgidos y emocionantes como también de otros más nostálgicos y profundos. Contando con una duración de más de 40 minutos, estos son todos los temas que se pueden encontrar:
- Ciempiés (con Alec Marambio): Con la apertura funky del bajo de Oliver y la frescura rockanrolera de la guitarra, iniciamos con un tema alegre y lleno de buenas vibras que se va agravando con el paso de los minutos hasta hacer chillar al máximo las cuerdas del que también es miembro de Zen.
- Zancudo (con Daniel Willis): La colaboración con el también miembro de D’Mente Común nos entabla una sensación de peligro marcada por las notas graves y descendentes de la guitarra en sinergia con los golpes a destiempo de la batería. A pesar de los engañosos momentos de tranquilidad, la tensión se hace presente hasta el último minuto.
- Grillo (con Daniel López Gutiérrez): Esta canción adopta un ambiente más espacial gracias a los sintetizadores del líder de Actitud Modulada. Con cada nueva textura electrónica adherida al tema logran generar nuevas y más asentadas sensaciones de misterio que desembocan en mayor desconcierto y desbalance.
- Tarántula (con Jesús Parra): La repetición hipnotizante del bajo contrastada por lo letal que suena la guitarra del integrante de Contracorriente invita a pensar en el animal al que hace referencia el título: primero siendo gentil y cauteloso para luego entrar, atacar y arrasar con todo.
- Abejorro (con Charlie Parra del Riego): Tema con el que retomamos ese rock veraniego que tuvimos con Ciempiés. A través de una guitarra que se explaya y hace lo que quiere, el miembro de Difonía retorna constantemente al mismo punto para dar inicio a nuevas y más complejas capas de improvisación.
- Escarabajo (con Walter Cobos): Una canción de dos polos opuestos. El primero refleja un ambiente solitario y pesimista en el que la guitarra entra como personaje que le da vida a través de su llanto. Con la irrupción de la segunda parte, se destaca una vibrante batería que aporta al ritmo enérgico que ocasiona el discurso de las cuerdas del integrante original de Ni Voz Ni Voto.
- Libélula (con Ricardo Mendez): Durante la primera mitad de la canción, el segundo miembro de Difonía en participar trae la pausa y el respiro necesarios para continuar. Seguido por una tonalidad de cuerdas más pesada y un bajo vacilante, el solo sublime con el que culmina el tema lo convierte en un interesante puente para seguir con la segunda mitad del disco.
- Pájaros (con Tavo Castillo): Un sonido electrónico armonizando con una flauta tranquilizante es lo que se puede esperar de esta colaboración que une a padre e hijo. Resultando en una combinación pacífica y calmada pero también fascinante y profunda, este tema se aprecia en su conjunto puesto que la combinación de todos sus elementos invitan al pensamiento y a la meditación.
- Oruga (con Hazael Abraham): La guitarra del de los Chaivers ofrece un intenso dúo con el bajo de Oliver quien, a pesar de parecer esconderse ante la genialidad de su compañero, tiene mucho que aportar a la melodía. Esta canción se disfruta indudablemente sin importar el instrumento al que se le preste mayor atención en cada escucha.
- Luciérnaga (con Nataly Cubillas): Resulta imposible no detenerse a escuchar el saxofón de la ex-Pochi Marambío y Tierra Sur. Dotando al tema de un corte triste que expresa dolor pero a la vez fuerza, esta melodía resulta increíblemente melancólica y, sin embargo, inspiradora.
- Moscas: El único tema ejecutado por Oliver en solitario nos invita a flotar por el ritmo pausado que imponen los graves de su instrumento mientras se extiende por los golpes lentos y calmados de la batería.
- Polilla (con Faridde Caparó): Un violín desafía al sonido constante del bajo a través de nuevos matices que originan sus acordes. Generando cada vez más tensión conforme se desplaza, la integrante del grupo BluQuartet termina rindiéndose ante los cada vez más acelerados retumbos de la batería. Con un final dramático, su presencia se va difuminando mientras el bajo opta por mantenerse firme y triunfante.
- Torito (con Vali Caceres): El tema de cierre retoma una vez más la fiereza de las guitarras. En esta ocasión, optando por un estilo más orientado al metal, dándole mayor presencia y pesadez al instrumento.
Con este primer proyecto, Castillo recoge cinco años de ensayos, pruebas e improvisaciones nutridas por la basta experiencia que le ha significado una fructífera y significativa carrera. Acompañado por grandes músicos y compañeros, la calidad de este disco se hace evidente en cada arreglo.
Mientras que la versatilidad que posee él como músico se denota de una manera tan orgánica al fluir tan naturalmente con cualquier instrumento que le haga dúo. El disco, que cuenta con la ilustración de Renzo Gonzalez (Corpz), ya está disponible en todas las plataformas.
Escrito por: Marcelo Pastor.
RDN