El último feriado decidí ir por algo de sol y aire puro así que me animé a tomar un full day que me llevaba a Paracas e Ica. Debe ser la cuarta o quinta vez que visito estos lugares, pero siempre hay algo diferente que ver y las emociones, afortunadamente, también varían. Cada momento es especial cuando se trata de recorrer nuestro país.
Salimos muy temprano de Lima para llegar a Paracas a buena hora para tomar el tour a las islas Ballestas. De todas las veces que he ido esta es la primera que tomo un deslizador y la primera que me entero a qué se debe el nombre: nunca las había relacionado con el arma que dispara flechas. Siempre se aprende algo.
El clima era perfecto: calorcito pero con viento fresco. Desde el muelle del Chaco una numerosa delegación de casi 30 personas subimos al deslizador que en un recorrido de aproximadamente 30 minutos nos llevó hasta las islas Ballestas, aprovechando el recorrido para mojarnos con agua del mar, disfrutar del aire puro y ver el Candelabro en las dunas del litoral. Nuestro guía dio explicaciones diversas sobre la formación de este geoglifo: desde que fue hecho por la expedición libertadora de San Martín hasta una que aborda un origen extraterrestre, pasando por antepasados preincaicos.
Llegar a Ballestas es hermoso: ver algunos lobos de mar tomando sol mientras otros intentan subir a las rocas e incluso observar a una loba amamantando a su hijo y al mismo tiempo disfrutar de la particular caminata de los pingüinos de Humboldt. Escuchar el sonido del viento mezclado con el de las aves del lugar: zarcillos, pelícanos, gaviotas y guanayes. Un verdadero espectáculo de la naturaleza, muy relajante y recomendable.
Ya de regreso al Chaco volvimos al bus que esta vez nos llevaría hasta Ica. Luego de visitar Cachiche y la famosa palmera de la leyenda, junto al Parque de las Brujas, nos fuimos a la Huacachina. Nunca son demasiadas veces para volver a un lugar así, para sentir la adrenalina a bordo de los tubulares y haciendo sunboard, para disfrutar del paisaje.
Una gran satisfacción queda al final del día luego de gozar de nuestro país, de nuestra naturaleza. Todo bien y todo hermoso. Un momento. No todo. Debo regresar al Chaco y reclamar algo que es bastante irónico: en el puerto todos toman embarcaciones para ir a disfrutar del mar, del aire puro, de la vida silvestre, pero no cuidan el entorno. Las orillas del Chaco están sucias, con botellas de plástico, desperdicios de comida y hasta una media vieja entre la arena. ¿Es tan difícil conservar lo que apreciamos, lo que nos embellece? Esta es la ironía del Chaco. ¿Cuántos lugares más hay así en nuestro país? Ojalá y aún no sea muy tarde…
Nighel Schiaffino
Docente del Área de Radio.